Cómo la ciudad nos devora

Cómo la ciudad nos devora

con sus carnes negras de asfalto

y aprisiona nuestros quebradizos cuerpos

en cubos de cemento

mientras nos da de comer

putrefacta saliva de mármol

y bellotas, rojas y negras, de envidia

secreta en el tiempo

Cómo nos creamos cementerios interiores

y dioses ocultos

para mayor vanidad de

lo impropio, de lo ajeno

Cómo nos gusta regodearnos

con el saber superfluo de nuestro conocimiento

bañarnos en vanidades y

bazofias frías y excrementos intelectuales

o quizás presuntamente

divinos, o no

Mientras haya fuego y no

sintamos la angustia

de ser quienes somos

por dentro, y la sustancia verdosa

húmeda, que despide el intelecto

no nos corroa nuestro yo, ni

un orgasmo de locura brillante

pero locura de ser, serlo ahora

esto, que no somos,

pero lo sentimos así

como “sólo somos esto”

nada es peor, pues hay que

derribar todo lo puesto y desterrar

la mente de la basura del cuerpo

la mente, el alma

bazofia fría, sólo, sólo, sólo

yo, el ser, el de siempre

tiene nuestra cara, nuestro

nombre y apellido

y nada más que el se siente

vejado por la impotencia manifiesta

de sus vehículos, de su ropaje,

vago y sucio, pero bueno.

Espera y elabora la sopa fría

de confirmación de yo, en mi y en

tu, mi, tu, yo y yo un

cuerpo, una mente.

Para desarrollarme

vivo aquí

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